Una vez más, la semana pasa con mucho trabajo por ambas partes. Por parte de Rosa, estudiando a tope para llegar lo mejor posible al curso. El miércoles llegó a terminar de estudiar el primer curso al que no pudo asistir pues todavía no estábamos en la zona. El jueves ya se puso a repasar un poco el segundo, para ser la empollona del grupo que lo sabe todo antes que nadie… no, qué va, es para no sentirse demasiado perdida (Rosa: Aunque sólo fuera por la Optometría…)
El martes empezamos, además, a mirar algún otro apartamento. La verdad es que empezamos a estar cómodos en el actual, y los precios que encontramos no son más bajos (y si lo son, tiembla!). Pero seguimos pensando que no es lo suficientemente luminoso para Rosa, que va a estar casi todo el día estudiando allí, así que, si encontramos algo, genial, y si no, pues a tirar de bombillas todo lo posible! Ese mismo día vimos dos. Bueno, por decir algo. El primero estaba cerquísima del trabajo, en la misma University Ave., y era más barato… así que algo tenía que tener… pues la verdad es que tenía de todo: era más pequeño, con menos luz, más cutre… y encima la forma de verlo fue super-moderna: dejan la puerta abierta, y entra quien quiera; si te gusta, dejan un papel en la cocina para que lo firmes… esto es autoservicio, y lo demás tonterías!!!
El otro, pues tampoco llegamos a verlo. Era un “cottage”, una casita de ¡cuatro habitaciones!, pero ya estaba alquilada cuando llegamos. No creo que nos hubiera convencido algo tan grande, pero bueno, por ver lo que ofrecían.
El jueves fuimos a ver lo que en principio parecía una buena opción. Una casita independiente de una habitación, con todos los gastos pagados. La realidad fue otra: una casa de invitados unida a la casa principal, con un mini-baño y una miniminiminicocina, casi de autocaravana. El resto estaba bastante bien, pero desapareció como opción. Ese día, como Rocío nos llevó a verlo, aprovechamos para comer los tres juntos en Pluto’s, un restaurante de ensaladas y sándwiches de University Ave. Al final coincidimos con el resto de la gente, aunque ellos habían llegado antes.
Por mi parte, tampoco me daba mucho tiempo a aburrirme. He cogido una buena costumbre de llegar prontito (a eso de las 8:30), previendo la opción de ir a correr un poco por las mañanas. El día lo tengo siempre llenito, con la documentación de producto principalmente, pero con millones de cosas más. Ya he tenido dos o tres reuniones esta semana en las que ejerzo oficialmente con mi cargo, y actúo como tal, lo cuál me alegra. También he tenido mi primera charla “larga” en inglés, cuando el jueves presenté la última versión de nuestro producto al equipo completo de aquí (pertenezco al departamento que desarrolla ese producto, por lo que somos los primeros que lo vemos).
Como véis, se nota que no tenemos coche, pues nuestra movilidad está más limitada. Ya hemos empezado a mirar bicis de segunda mano (es lo que te recomiendan en todos sitios, pues esta zona, supertranquila, sólo tiene un crimen que se repita: el robo de bicis). El problema es que como no tenemos ni idea, no sabemos si la bici que venden por $25 se va a romper nada más sacarla del garaje, o si, pagaremos $100 por algo que vale mucho menos y nos robarán a los 2 días. Pero está claro que necesitamos cogerlas cuantos antes para movernos un poco más, pues el transporte público brilla por su ausencia en estas latitudes. Así que las tardes (lo que aquí llaman “las noches”… es curioso cómo la gente se despide a las 6 de la tarde del trabajo diciendo “have a good night”) las dedicamos a empezar a ver la tele o ver alguna de las pocas pelis que teníamos guardadas en el ordenador (o la que nos dejaron Rocío y Ben, El Diablo Viste de Prada), o a montar la última mesa que compramos en la “garage sale”.
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